De pequeñas aprendimos muchas cosas: las derivadas, los ríos y sus afluentes, a hacer manualidades básicas, a saltar el potro…
Y, sin darnos cuenta, también aprendimos otra cosa: a reaccionar de una manera muy concreta cuando hay tensión.
El enfado no viene con manual de instrucciones. Cada persona desarrolla un estilo propio, muchas veces aprendido en casa, en el colegio o en las primeras relaciones. Y aunque nos parezca lo más normal del mundo, esas formas de reaccionar tienen un precio: algunas nos hacen acumular tensión, otras nos alejan de los demás y otras nos dejan con culpa.
La pregunta es: ¿reconoces tu estilo cuando te enfadas?
Porque, seamos sinceras, muchas veces vemos más claro el de los demás que el nuestro propio. ¿A que sí?
Para empezar a poner luz, podemos observarnos, preguntar a quienes tenemos cerca… y también reflexionar con estos ejemplos que te comparto:
1. ¿Tú también te callas para no liarla?
Cuando la cosa se empieza a poner fea… hay quien piensa:
‘Uy, mejor me callo, no vaya a ser que la líe más’.
El objetivo es evitar el conflicto, pero el enfado no desaparece: se queda dentro y luego pasa factura. Lo malo de tragártelo siempre es que acabas con más callos en el estómago que en los pies.
2. Sientes que tragas con todo
Seguro que esta frase te suena:
‘Estoy harta de tragar con todo.’
Se hace para mantener la paz, claro, pero la consecuencia es frustración y resentimiento. Nuestro cuerpo no funciona como una trituradora de papel: si lo llenas sin parar, al final se atasca.
3. ¿Alguna vez te has mordido la lengua por miedo a quedar mal?
Hay quien piensa:
‘Si digo algo, seguro que suena fatal.’
Con eso, intentas evitar el juicio de los demás, pero lo que consigues es inseguridad y autocensura.
Y lo curioso es que ni el corrector de Word encuentra tantos fallos como tu propia cabeza.
4. ¿Piensas que hablar no sirve de nada?
Suspiras y piensas:
‘Total, ¿para lo que va a servir?’
Tu objetivo es ahorrar energía, pero la consecuencia es impotencia. El problema es que lo que te ahorras hoy en energía… lo pagas mañana en autoestima.
5. ¿Hablas y sientes que estás en mute?
Ese runrún interno:
‘Da igual lo que diga, total, no me van a escuchar.’
Con eso intentas protegerte de la decepción, pero lo que aparece es la resignación. Y al final, no hablar para que no te ignoren… hace que te sientas ignorada igual.
6. ¿Explotas por una gota después de aguantar un océano?
Te aguantas, te aguantas… y un día, ¡boom! Explotas por lo más pequeño.
‘Me tiene hasta el moñ***.’
Querías no estallar, pero lo que llega después es culpa y desgaste. Es como tener un globo lleno de aire: si no lo sueltas poco a poco, termina explotando de golpe.
7. ¿Eres de las que esquivan el conflicto a toda costa?
La frase comodín:
‘No quiero discutir.’
Lo que buscas es evitar líos. Lo que consigues es esconder tu enfado. Es como bajar la tapa del ordenador y dejar un mail importante sin responder: no se ve, pero sabes que sigue ahí.
8. ¿Dices que no te enfadas… pero se te nota que estás de morros?
Cuando alguien te pregunta:
‘¿Estás enfadada?’
Y contestas:
‘¿Yo? No, qué va, si estoy súper tranquila…’
Pero por dentro estás como un pimiento rojo. El resultado es el sarcasmo y el distanciamiento. Decir que no te enfadas no lo hace desaparecer… solo cambia de traje y se nota en la mirada.
9. ¿Sientes que solo te escuchan cuando te pones seria?
Modo megáfono activado:
‘Si no me enfado, aquí nadie se mueve.’
Con eso intentas que te escuchen. Lo que ocurre es que entras en discusiones constantes. Gritar funciona, sí, pero solo a corto plazo. Después viene el silencio incómodo… y las caras largas.
💬 ¿Te identificas con alguno de estos estilos?
¿Sí?
¿Y ahora qué?
Si te has reconocido en alguno de estos estilos, tranquila: no estás sola. Todas hemos aprendido patrones que, en su momento, tenían sentido. Quizás te protegieron, te ayudaron a evitar un conflicto o a sentirte más fuerte. Pero hoy, en tu vida adulta, es posible que te estén pesando más de lo que te ayudan.
La buena noticia es que se pueden cambiar.
El primer paso es reconocerlos. El segundo, aprender otra forma de expresarte: sin tragártelo todo, sin explotar y sin sentir que no tienes salida.
En mi programa Gestiona Tu Ira (GTI) empezamos precisamente por aquí: identificar tu estilo, desmontar creencias que no ayudan y entrenar formas más claras y conscientes de comunicar lo que sientes.
Porque no se trata de callar ni de gritar.
Se trata de aprender a hablar desde un lugar más tranquilo, realista y con respeto (también hacia ti).
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