Muchas veces creemos que estamos enfadadas “porque sí”. Porque algo nos molesta, porque alguien nos ha hecho daño o porque no ha salido como queríamos.
Y sí, el enfado suele tener un motivo. Pero… ¿y si debajo de ese enfado hubiera otra emoción esperando ser vista?
El enfado como escudo emocional
El enfado es muy práctico.
Es rápido, intenso y nos hace sentir fuertes. Nos da sensación de control y poder. Pero muchas veces no es más que un escudo que tapa emociones que nos incomodan más.
¿Qué emociones puede estar tapando tu enfado?
- La tristeza de no sentirte vista o valorada
- El miedo a que algo cambie y no saber gestionarlo
- La culpa de no estar a la altura
- La vergüenza de haber cometido un error o de no ser “suficiente”
Estas emociones nos hacen sentir vulnerables, pequeñas, expuestas. Y claro… sentir enfado nos da la ilusión de fuerza y nos aleja de esa vulnerabilidad. Aunque, a la larga, el enfado sin gestionar nos deje cansadas, culpables o con la sensación de haber actuado sin querer.
Cómo saber si tu enfado es real o es un disfraz emocional
- Pregúntate: ¿Esto que estoy sintiendo es solo enfado o hay algo más debajo?
- Pregúntate: Si bajara la intensidad de mi enfado a la mitad… ¿qué emoción aparecería?
- Pregúntate: ¿Este enfado me está protegiendo de sentir algo que no quiero mirar?
Porque el enfado no es malo. Es útil.
Nos ayuda a defendernos, a poner límites, a decir “basta”. Pero cuando lo usamos como escudo constante para no sentir otras emociones, acabamos:
- Reaccionando sin filtro
- Generando conflictos que no queríamos
- Sintiéndonos culpables y más solas
No se trata de dejar de enfadarte
Se trata de aprender a escuchar lo que hay debajo. De comprenderte mejor para poder responder con claridad, calma y respeto hacia ti y hacia los demás.
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