¿Qué tiene que ver el enfado con la culpa, la autoexigencia o el miedo a no gustar?
Pues… mucho más de lo que parece.
En la mayoría de los casos, el enfado no vive solo. Suele venir acompañado de emociones y pensamientos que lo alimentan o lo sostienen sin que nos demos cuenta.
💭 1. El enfado y la culpa
Muchas veces, cuando nos enfadamos y lo expresamos sin filtro, luego aparece la culpa. Esa sensación incómoda de “me he pasado” o “no tendría que haber dicho eso así”.
Pero si no lo expresamos y nos lo tragamos, también aparece la culpa… esta vez por no habernos defendido, por haber callado algo importante. Vamos, que parece que la culpa siempre encuentra un huequito para aparecer.
💭 2. El enfado y la autoexigencia
Cuando somos muy exigentes con nosotras mismas, también lo somos con los demás (aunque no queramos).
Esperamos que actúen, respondan o sean de cierta manera y, cuando eso no ocurre, ¡toma! Aparece el enfado. Un enfado que muchas veces no habla tanto de lo que el otro hace mal, sino de las expectativas tan altas (y a veces poco realistas) que tenemos.
💭 3. El enfado y el miedo a no gustar
Si nos da miedo no gustar o que nos rechacen, muchas veces no expresamos nuestro enfado. Nos callamos para no incomodar, para que no piensen mal de nosotras.
¿Y qué pasa? Que ese enfado no desaparece. Se queda dentro, acumulándose hasta que explota en el momento menos oportuno. O peor: se transforma en reproche pasivo, sarcasmo o en distanciamiento emocional que nos acaba doliendo más.
✨ En resumen
El enfado no vive solo. Muchas veces va de la mano de la culpa, de la autoexigencia desmedida o de ese miedo a no ser aceptadas.
Por eso, gestionarlo no es solo aprender a calmarte o contar hasta diez. Es aprender a conocerte mejor, a respetarte y a relacionarte contigo (y con los demás) de forma más amable y honesta.
💡 Gestionar tu enfado no es enfadarte menos.
Es enfadarte mejor: con más claridad, más respeto y menos culpa.
¿Te cuesta parar antes de reaccionar?
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