Si hay algo que nos saca de quicio más rápido que un wifi lento es cuando las cosas no salen como las habíamos planeado. Llevamos días organizando un plan, visualizándolo con todo detalle, imaginando cómo será… y, de repente, ¡zas! Todo cambia. Y ahí entra en escena el enfado, ese cabreo monumental que nos hace perder los papeles porque, sencillamente, no sabemos qué hacer cuando la realidad decide salirse del guion (nuestro guion).
La falta de capacidad para improvisar nos hace rígidos, y la rigidez emocional es el ingrediente perfecto para el enfado. Cuanto más nos aferramos a que las cosas deben ser de una única manera, más sufrimos cuando la vida nos demuestra que le da igual nuestro guion. Y lo cierto es que la vida es experta en hacer eso, y también muchas personas que nos rodean. 😅
La trampa del control absoluto
Solemos pensar que tener un plan es sinónimo de éxito. Y no digo que no sea útil —ojo, porque de hecho, lo es—, pero hay una línea muy fina entre planificar y aferrarnos al control como si fuera una especie de seguro. Cuando dejamos cero margen a la improvisación, cada imprevisto se convierte en una amenaza, y nuestra reacción automática nos traerá de vuelta frustración, rabia, tensión… y, muchas veces, una bronca con quien menos lo merece.
El problema no es que haya un cambio en los planes, sino que no sabemos gestionar nuestra reacción ante él.
Improvisar no es “ir por la vida sin rumbo”
Aquí es donde viene el malentendido. Muchas personas creen que improvisar es lo mismo que actuar sin pensar, dejar todo al azar y no preocuparse por nada.
Improvisar es tener la capacidad de adaptarse cuando las circunstancias cambian. Es entender que no podemos controlarlo todo, pero sí podemos decidir cómo respondemos a lo inesperado.
Si aprendemos a improvisar, dejamos de ver los imprevistos como enemigos y empezamos a verlos como retos. Y cuando dejamos de luchar contra lo inevitable, el enfado pierde fuerza.
¿Cómo desarrollar la habilidad de improvisar?
✔ Entrena tu flexibilidad mental. La vida no es una carretera recta, es más bien un sendero lleno de curvas. Aprende a moverte con ellas en lugar de luchar contra ellas.
✔ Cuestiona tus expectativas. A veces, el problema no es el cambio de planes, sino lo que esperabas que ocurriera. ¿Realmente es tan grave que las cosas sean diferentes?
✔ Respira antes de reaccionar. Cuando algo no sale como querías, tu primer impulso será enfadarte. Antes de explotar, respira. Unos segundos de pausa pueden cambiarlo todo.
✔ Cambia el enfoque. ¿Qué oportunidad puede haber en este cambio inesperado? Quizá no es lo que querías, pero puede que sea justo lo que necesitabas.
✔ Haz de la improvisación un hábito. Prueba a cambiar pequeñas rutinas en tu día a día: varía tu camino al trabajo, cocina sin seguir una receta, di “sí” a algo que no tenías planeado. La improvisación se entrena.
Si aprender a improvisar te ahorra un montón de enfados… merece la pena, ¿no?
Si sientes que el enfado te sigue ganando la partida, quizá es el momento de entrenar nuevas estrategias.
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