Es curioso cómo culturalmente tendemos a demonizar el enfado, asociándolo directamente con la ira y etiquetándolo como «malo» o «peligroso».
Para poder comprender a esta emoción, considero que lo primero que podemos hacer es diferenciar ira y enfado.
Aunque estos conceptos pueden parecer sinónimos, no son lo mismo. Este es para mí un punto clave que explico con más profundidad en mi libro «Y si me enfado, ¿qué?», en el capítulo 8 «METAAS».
Situar al enfado a la altura del resto de emociones primarias, como el miedo o la tristeza, nos permite comprender que el enfado no es ira, ya que no se trata de una explosión descontrolada. A diferencia de la ira, el enfado, cuando lo reconocemos y gestionamos desde la consciencia, tiene una función mucho más constructiva.
El enfado como emoción primaria
Si colocamos al enfado a la altura de emociones como el miedo, la tristeza o incluso la alegría, podemos verlo desde un ángulo diferente, sin tanta carga «negativa».
En lugar de percibirlo como un enemigo, podemos observarlo con curiosidad y preguntarnos: ¿Qué quiere decirme esta emoción?.
Esta simple pregunta puede ser el primer paso para cambiar nuestro enfoque y plantearnos cuestiones que nos ayudan a explorar nuestras relaciones y necesidades desde una mente más abierta, con más curiosidad y menos juicio.
¡Fíjate qué curioso! Mientras que emociones como el miedo o la tristeza tienden a ser de evitación —queremos salir por patas o convertirnos en bicho bola y que nos dejen un ratito en paz—, el enfado comparte algo fascinante con la alegría: ambas son emociones de aproximación.
La alegría busca contacto y conexión con otros para compartir; el enfado, aunque no lo parezca, también busca acercarse, pero no con la intención de «darle una torta» alguien. No. Lo que busca es expresarse desde la asertividad, comunicar aquello que nos está molestando y abrir un espacio para la comprensión y el entendimiento.
La necesidad de ser escuchados
Si hay algo que el enfado necesita es sentirse reconocido. Es como si nos dijera: “Oye, aquí hay algo que no está funcionando para mí. Por favor, préstame atención.”
Cuando intentamos ignorarlo o reprimirlo, se transforma en frustración acumulada, y ahí sí, puede escalar hasta convertirse en ira.
Sin embargo, si logramos reconocerlo, observarlo y comunicarlo desde un lugar consciente, el enfado puede convertirse en una herramienta maravillosa para conocernos mejor a nosotros mismos y a los demás. Nos ayuda a poner límites, expresar nuestras diferencias y, sobre todo, conectar con nuestras necesidades y deseos.
¿Cómo comunicar el enfado de manera consciente?
La clave para transformar el enfado en algo positivo está en la forma en que lo expresamos. Aquí van algunas ideas:
Obsérvate antes de hablarAntes de expresar tu enfado, tómate un momento para entenderlo. Pregúntate: ¿Qué siento realmente? ¿Qué es lo que me molesta? Identificar lo que necesitas te ayudará a comunicarte mejor.
- Habla desde la asertividad: En lugar de atacar o culpar, usa frases que hablen de ti, no del otro. Por ejemplo, en lugar de decir «Siempre haces lo mismo, me hartas», podrías decir: «Cuando pasa esto, me siento frustrado porque necesito más apoyo.»
- Busca el intercambio, no la imposición: La magia del enfado bien gestionado es que abre una puerta al diálogo. Puedes decir algo como: “Quiero entender tu punto de vista, pero también necesito que entiendas el mío.”
- Reconoce las diferencias: El enfado no siempre significa que algo está «mal». A veces, simplemente nos señala que vemos las cosas de forma diferente. Y eso está bien. De hecho, esas diferencias son las que enriquecen nuestras relaciones si sabemos gestionarlas.
Una emoción de conexión
Cuando aprendemos a relacionarnos con el enfado desde la consciencia, descubrimos que es una emoción que busca lo mismo que la alegría: conexión y compartir. El enfado nos impulsa a acercarnos al otro para expresar nuestras necesidades, encontrar soluciones y, a veces, simplemente ser escuchados.
Por si te apetece saber más, en mi libro «Y si me enfado, ¿qué?, en el capítulo 24 «Parecidos razonables», profundizo en las bondades del enfado.
Así que, la próxima vez que te sientas enfadado, no lo reprimas ni lo juzgues. Obsérvalo, entiéndelo y úsalo como una herramienta para crecer, comunicarte y fortalecer tus relaciones. Porque incluso el enfado, con la intensidad que a veces trae, puede ser un puente hacia la comprensión y el entendimiento.
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