Descubre el trío que dirige el caos emocional en tu cerebro

Ene 25, 2025 | Gestión Emocional

Imagina por un momento que tu cerebro es una oficina. En una esquina, siempre alerta, está la amígdala, ese empleado nervioso que grita «¡Cuidado!» cada vez que algo se mueve.

Este pequeño jefe del drama emocional es quien se encarga de las emociones básicas: miedo, enfado, tristeza, asco, alegría y sorpresa. Es como el botón del pánico de tu cerebro: automático, rápido y, a veces, exagerado.

¿Un ruido fuerte? Miedo. 😨
¿Alguien te corta el paso mientras conduces? Enfado. 😠
¿Una cucaracha caminando hacia ti con aires de superioridad? Asco total. 🤢

La amígdala no se detiene a pensar; su trabajo es reaccionar y mantenerte viva.

Pero aquí llega el hipocampo, el colega del archivo que, mientras la amígdala grita, rebusca en tu memoria: «A ver, esto me recuerda a aquella vez en la que… (introduce aquí alguna situación que te haya cabreado frecuentemente)… Sí, exacto, cabreo activado.»

El hipocampo es el encargado de conectar las emociones con experiencias previas. Es gracias a este bibliotecario que, cuando vemos una cara conocida, no solo reconocemos a la persona, sino que también sentimos algo: cariño, desconfianza o incluso vergüenza, dependiendo de lo que hayamos vivido con ella.

Y aquí es donde entra en escena la corteza prefrontal, ese gerente calmado y con buena visión estratégica que intenta poner orden en la oficina. Es aquí donde las emociones básicas que la amígdala dispara y los recuerdos que el hipocampo rescata se convierten en algo más elaborado. Este es el lugar donde podemos tomar el control del caos emocional, regular lo que sentimos y darle sentido a todo lo que pasa, transformando esas emociones iniciales en algo más adaptativos. La corteza prefrontal es como ese filtro sabio que te ayuda a decir: «Vale, esto me afecta, pero ¿cómo quiero interpretarlo y qué quiero hacer con ello?» Así, podemos convertir un estallido emocional en algo más manejable, útil y, de paso, aprender para la próxima vez.

¿Por qué no reaccionamos igual ante la misma experiencia? Porque el USB personal que todos llevamos pasa todo por su filtro.

Por ejemplo, imagina que estás en una entrevista de trabajo. La amígdala detecta peligro porque el entrevistador te mira fijamente y el hipocampo rápidamente recupera recuerdos de tu última entrevista, en la que sudaste como si estuvieras en una sauna y hasta te costaba recordar tu nombre. Entonces, llega el sentimiento: inseguridad mezclada con nervios, todo aliñado con un toque de «ojalá esta vez no me pase lo mismo».

Pero la magia es que esta experiencia y esta relación entre emoción y sentimiento, será diferente para cada persona.

La relación entre emoción, sentimiento y memoria es como un trío que no siempre trabaja en armonía. La amígdala lanza la emoción, el hipocampo le añade contexto, y la corteza prefrontal interpreta según tu biografía.

Pero cuidado, porque este ciclo se puede volver caótico.

Una emoción básica como la alegría puede transformarse en ansiedad si el hipocampo te recuerda aquella vez que algo bueno terminó mal, y tu corteza prefrontal decide escribir un guion catastrófico en tu mente.

Es importante entender que, aunque la amígdala sea rápida y dramática, el hipocampo destaque por su memoria increíble y la corteza prefrontal brille por su capacidad reflexiva, ninguna de estas partes trabaja sola.

Por ejemplo, si alguna vez te has sorprendido reaccionando con miedo o enfado ante algo aparentemente insignificante, ahí está la influencia del hipocampo recordándote experiencias pasadas que tú ni sabías que tenías guardadas en el archivo.

Y por otro lado, los sentimientos que construimos en nuestra mente también pueden alterar la manera en la que la amígdala reaccionará la próxima vez. Es como si la historia personal que llevamos en el USB emocional actualizara constantemente el manual de instrucciones de nuestro cerebro.

¿El truco para sobrevivir a este caos?
Conocer bien a cada miembro de tu equipo: emoción, memoria y razón.

La amígdala está para protegerte, el hipocampo para darle sentido a lo que pasa, y la corteza prefrontal para ayudarte a decidir si vale la pena seguir reaccionando o soltar el drama.

Es un baile constante entre lo instintivo, lo aprendido y lo racional. Y si logramos coordinar a este trío, podemos transformar nuestro caos emocional en algo más manejable… o al menos en algo que muchas veces será más relajado —incluso divertido— porque nos daremos cuenta que la mayoría de asuntos no requieren tanto drama y tanta seriedad.

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