La autoconsciencia, ese darse cuenta de uno mismo, es como un súperpoder olvidado.
Nos permite observar nuestros pensamientos, emociones y comportamientos desde un lugar más objetivo, sin añadirles ese toque dramático que solemos incorporar desde nuestra historia personal.
Porque… muchas veces no vemos las cosas como son, sino como creemos que son. Y ahí es donde todo se empieza a enredar.
En nuestro día a día, nos movemos entre dos extremos: vivir cada experiencia como una oportunidad para aprender, con curiosidad y apertura, o enrocarnos, como si nuestra idea o postura fuera un castillo que necesitamos defender a toda costa. Y es en este segundo escenario donde todo se complica.
Cuando percibimos los estímulos internos o las interacciones con los demás como una amenaza —porque, por ejemplo, nos sentimos inseguras—, nos aferramos a una única idea con uñas y dientes.
¿Te ha pasado?
Terminas en una discusión defendiendo algo que, si lo analizas después con calma, ni siquiera tiene tanto sentido. Pero en el momento, es como si soltar esa idea fuera un ataque directo a tu identidad.
Nos enfurruñamos, atacamos, nos cerramos al diálogo. Y el resultado: nos alejamos de la realidad, de las personas y, lo peor, de nosotras mismas.
Aquí es donde la autoconsciencia entra al rescate.
Este hábito nos permite dar un paso atrás y observar lo que está pasando dentro de nosotras:
- «¿Por qué me está afectando tanto lo que me ha dicho?»
- «¿Realmente vale la pena lo que estoy defendiendo?»
- «¿Qué puedo aprender de este momento?»
Cuando practicamos la autoconsciencia, dejamos de ver los desacuerdos como una guerra que hay que ganar y empezamos a verlos como una oportunidad para aprender y crecer.
Desde la curiosidad, podemos escuchar, cuestionar nuestras propias ideas, valorar otros puntos de vista y debatir sin necesidad de discutir.
La autoconsciencia no significa que renunciemos a nuestras opiniones o valores, sino compartir lo que pensamos y creemos con apertura y humildad. Porque, al final del día, lo que importa no es tener razón, sino entendernos mejor a nosotros mismos y a los demás.
Así que la próxima vez que sientas que estás a punto de entrar en modo «defender mi castillo a toda costa”, detente, respira y pregúntate: «¿Estoy buscando aprender o ganar?»
Tal vez descubras que la mejor victoria es simplemente mantenerte presente y consciente.
Si sientes que necesitas ir más allá y te gustaría profundizar en cómo gestionar tus emociones, especialmente el enfado, estoy aquí para acompañarte.
Además, en mi libro ‘Y si me enfado, ¿qué? Cómo autorregular las emociones, gestionar la ira y volverla a tu favor’ encontrarás más claves para entender el enfado y gestionarlo mejor.