En la vida diaria, especialmente en espacios compartidos, no es raro enfrentarnos a situaciones que nos desafían emocionalmente.
Imagina este escenario: estás en la oficina rodeado de compañeros. Tú prefieres trabajar en silencio porque te ayuda a concentrarte, pero otra persona disfruta escuchando música mientras trabaja.
Ahora piensa: ¿cuántas veces hemos tolerado situaciones molestas solo por miedo a generar un conflicto?
¿Tolerar o aceptar?
Si por aquello de no liarla y evitar jaleos y discusiones decides tolerar la situación y pensar: «Es molesto, pero me lo callo», puede parecer una solución rápida y “madura” desde fuera. Pero en realidad, estás acumulando un malestar que con el tiempo podría transformarse en irritación, resentimiento o incluso en un conflicto porque tienes todas las de explotar en cualquier momento.
Ahora bien, aceptar es otra cosa. No significa que te encante la situación, pero sí que reconoces su validez desde el punto de vista de la otra persona. Este enfoque abre la puerta al diálogo y al respeto mutuo.
Por ejemplo, podrías decir: «Entiendo que le gusta escuchar música, pero para mí es más fácil trabajar en silencio. ¿Cómo podríamos organizarnos para que ambos estemos cómodos?».
Desde la aceptación, no solo gestionas la situación con empatía, sino que también practicas la asertividad. En lugar de acumular tensión, buscas soluciones que beneficien a ambas partes. Porque sí, es posible encontrar puntos de acuerdo, incluso en las diferencias.
La intolerancia y su impacto
La intolerancia, por el contrario, nos lleva al rechazo. Si decides no soportar la música de tu compañero, es probable que actúes de forma reactiva: con comentarios sarcásticos, enfados o evitando a esa persona mientras le lanzas miradas incómodas.
Este rechazo no solo genera un ambiente tenso y poco saludable, sino que también afecta tu bienestar interno. Estar en constante oposición agota emocionalmente y hace mucho más difícil resolver problemas.
La importancia de los valores
Cuando elegimos aceptar en lugar de tolerar o rechazar, estamos actuando en alineación con valores fundamentales como el respeto, la empatía y la colaboración.
Estos valores nos permiten encontrar puntos de encuentro y cuidar nuestras relaciones, incluso en situaciones que nos ponen a prueba.
En el ejemplo del espacio de trabajo, aceptar no significa ceder siempre, sino explorar alternativas que respeten las necesidades de todos. Podéis mantener una conversación sobre qué podéis hacer para que todos os sintáis cómodos y acordar, por ejemplo, usar auriculares y fijar turnos de música y de silencio.
Cuando gestionamos nuestras emociones desde la aceptación, el enfado se transforma en una señal para el diálogo, no en un detonante para el conflicto. Esto no solo enriquece nuestras relaciones, sino que también refuerza nuestra capacidad para actuar desde el equilibrio y la coherencia con nuestros valores.
¿Qué prefieres: tolerar y callar, rechazando internamente, o aceptar y dialogar para buscar una solución conjunta?
P.D.1:Recuerda que ser asertivo no garantiza que el otro también lo sea. Es posible que, pese a tus buenas intenciones, te envíen a la 💩. Si eso ocurre, mantén la calma y sigue buscando soluciones en lugar de reaccionar de forma impulsiva.
P.D.2: Aprende a elegir tus batallas. No todo merece tu energía; reflexiona sobre qué conflictos valen realmente la pena resolver. 😉
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